Translate me, we are Iván & Ainhoa

lunes, 11 de febrero de 2013

TAIWÁN- ESPAÑA del 29 de Septiembre al 10 de Febrero de 2013


______________ Del 29 de Septiembre al 10 de Febrero de 2013
                                              
Días del 342 al 448

             Nuestros días de mochileros por el otro lado del mundo se terminan… al menos de momento. Estos días por Taiwán han sido diferentes, pero sin duda disfrutando como siempre de cada segundo, de cada aroma, de cada comida…mmmmmm ¡la comida! como hemos disfrutado de la comida para palitos.

            Sobre las siete de la tarde, Bell y Harrison nos dejaron en el aeropuerto, tras una breve despedida, una cola enorme de facturación y una breve espera, a las nueve y media embarcamos en el A330 rumbo Taiwán. Siete horas de turbulencias entre sueños, una cena más bien rica, un desayuno más bien malo y un aterrizaje rozando la perfección, llegamos a Taipei, la capital de Taiwán, con dolor de todo.


            Lo primero que hicimos fue cambiar a moneda local en el aeropuerto, después de atracarnos amablemente una vez más, nos montamos en un bus rumbo a la ciudad. En Taipei ciudad un domingo a las nueve de la mañana no hay nada abierto, ni casas de cambio (después nos dimos cuenta que casas de cambio no hay en ningún lado de la isla), ni bancos, ni tiendas… nada, ¡¡QUE PASA CON LOS CHINOS (en realidad son chinos desterrados!! Tantos por el mundo, abriendo las tiendas en España las 24 horas del día, 7 días a la semana y aquí los domingos descansan, Increíble. En la oficina de turismo, nos informaron que las tiendas abrían a las 11 de la mañana y que los bancos estaban cerrados los domingos, que había un centro comercial que solían cambiar, con lo que eran las nueve de la mañana y no nos podíamos mover ya que no disponíamos de moneda local, puesto que en los aeropuertos te la clavan con el cambio, habíamos cambiado muy poco dinero. Con todo el cansancio de dormir en un avión y con ganas de llegar a algún lado, decidimos empezar a probar la comida local. 


Unas deliciosas bolitas de pasta de arroz rellenas de verduras y carne, nuestra cabeza por unos instantes desconecto del bajón de estar en medio de una ciudad enorme con un puñado de dólares Australianos y todas nuestras cosas a la espalda. Por fin a la hora señalada y con un cambio no muy bueno, conseguimos un par de billetes de bus dirección Taichung.
El trayecto resulto exquisito y eso que cogimos el barato, si llegamos a coger el caro, no queremos imaginar las comodidades (tres asientos por fila y televisión independiente por asiento, en cada asiento puedes estirar las piernas que no das al de adelante) asombrosas. Con la aguja pequeña señalando el uno, llegamos a Taichung, concretamente a las afueras de Taichung. El inglés todavía no ha llegado a esta parte de Asia, así que cualquier intento de comunicación fue nulo. Salimos de la estación con más pena que gloria, anduvimos, anduvimos.. Cansados paramos a una mujer que iba en moto, con señas, un mapa malo, mucha imaginación y ganas de ayudar, no agarro y nos llevo a una parada de autobús público, dijo varias frases en chino nos señaló a una mujer y se marchó, así como lo leéis. A los pocos minutos la mujer nos señaló un bus y se montó con nosotros. Como no disponíamos de dinero suelto nos pagó el autobús, como no están muy acostumbrados a los turistas son increíblemente amables y muy serviciales, esto lo hemos comprobado a lo largo del viaje. Nos montamos en un bus que con facilidad había 100 personas, no podíamos ni respirar y todo esto con cuatro hermosas mochilas. A la llegada de nuestro destino la mujer nos buscó en el bus y nos indicó que esa era la parada, INCREÍBLE pero cierto. Con la buena información que recopilamos en el centro de turismo, menos mal que por lo menos esta gente si sabe inglés, sino no se que hubiera sido de nosotros, ya que viajamos siempre sin hostel. El hostel que elegimos por precio fue uno cerca del meollo con no muy buena pinta pero limpio. 


Tras dejar las cosas en la habitación, nos pusimos en ruta turística, al llegar al ascensor salía del mismo una pareja con las llaves de la habitación, el mando y sin maletas, al entrar en el ascensor dos parejas más con el mando y las llaves del hotel, que entregaron en recepción, todo esto a las 2 de la tarde, Iván dijo “este hotel es un picadero”. Visitamos templos con figuras de tamaño de rascacielos, dimos un paseo para conocer la cuidad y empezamos a descubrir que les encanta poner carteles anunciando la tienda del bajo que ocupan la casa entera.






 A la hora de cenar nos dirigimos a un mercado de noche, en el cual había puestos de comida de todos los tipos, olores que iban desde deliciosos, atractivos, dulces y repugnantes. Comimos de todo, en todos los puestos donde pudimos, hasta que tuvimos que soltarnos el botón del pantalón y aflojarnos un par de agujeros del cinto… Ya tarde llegamos al hotel, donde la cama tenía sabanas limpias sobre una roca lisa. Nos costó dios y ayuda dormir, por fin cuando todo parecía normal a las 3 de la mañana, unos gritos de una china disfrutando de la copulación muchos decibelios por encima de una persona normal, durante media hora interminable, para repetirse a las 5 y a las 7, menuda noche de acción, parece ser que las sospechas de Iván eran ciertas.

            Por la mañana nos despertamos con un buen día, 


pero entre la cama de mármol y la copulación china, estábamos peor que al acostarnos. Desayunamos en un seven eleven, unas magdalenas con unos yogures de fresa, no quisimos buscar más, nos supo a gloria. Tras consultar nuestro mapa decidimos ir a Tainan, la antigua capital de Taiwán. En la estación de autobuses nos dijeron que no había un autobús hasta las 11:45 y eran las 9 de la mañana, ¡NOOOO! No habíamos dormido casi nada, nuestra esperanza era dormir en el coche de línea y nos dicen en ese momento que teníamos que esperar en la acera hasta las 11:45… Mientras Ainho esperaba con las mochilas en la estación de autobuses, Iván fue a todo correr hasta el centro de turismo para preguntar por otra estación, fue corriendo a preguntar por autobuses y le dijeron que en un cuarto de hora salía uno con dirección Tainan, así que en un abrir y cerrar de ojos estábamos en la siguiente estación de Autobuses con las maletas y en una cola que parecía interminable. Ya en el bus descansamos y cuando quisimos abrir el ojillo estábamos en nuestro destino. El bus nos dejó como no, en el fin del mundo. Preguntando entre el público más joven y conseguimos unas referencias para llegar a la estación de trenes, puesto que habitualmente el centro de información de turismo está ahí.
Por el camino pasamos por un lago increíble, con un montón de taiwaneses pescando, no teníamos muy claro si en ese lago lleno de nenúfares, con agua estancada…pescarían algo. 



Media hora después entre motos, coches y edificios llenos de carteles más grandes que las propias casas estábamos en información y turismo. La chica de información muy amable nos indicó las cosas turísticas más importantes además de aprovisionarnos de todo tipo de mapas e indicarnos un hotel baratito, en un periquete estábamos en la habitación y en la calle. Nos recomendaron la parte vieja de la ciudad, tuvimos que coger un autobús turístico, el que nos paseo por las partes más importantes de la ciudad. Tras un largo pero cultural viaje, llegamos a la parte vieja de la ciudad. Era bastante tarde, con lo que decidimos lo primero de todo ir a probar suerte en uno de los muchos restaurantes que hay por la zona, tras más de media hora de dudas, nos decantamos por uno que estaba lleno de gente, algo aprendido en este año viajando es que los restaurantes más llenos, son los que sirven los alimentos más frescos. La comida estuvo deliciosa, comimos una sopa especiada con un par de pescados con arroz y algo que nuestro gusto no supo exactamente lo que era pero delicioso y sabroso. Después de tan suculento manjar a manos de nuestros amigos amarillos, decidimos probar alguna chuchería local, galletas azucaradas y helado fueron nuestras declinaciones. Visitamos un montón de templos, un cementerio, las antiguas murallas de la ciudad y alguna otra cosa de interés cultural. La vuelta la realizamos en el mismo autobús turístico.






Nos bajamos varias paradas antes de la nuestra, para poder contemplar las tiendas de ropa y calzado que abordan toda la calle a nuestro hotel. Para darnos una duchita y prepararnos para nuestra cena en un mercado de noche.

Otro autobús fue necesario para llegar al night market, esta vez era un autobús local. El mercado irradiaba colores y olores de todas las clases, disfrutamos muchísimo eligiendo un puesto en el cual saciar nuestro hambre.

 Para empezar alitas de pollo con una salsa muy rica, después nos tomamos un rico entrecot con salsa de queso, arroz y huevo.


De postre decidimos tomar unas fresas en un puestecito lleno de frutas exóticas muy concurrido. A la hora de marchar compramos un pastelito para celebrar el cumpleaños de Ainhoa que era al día siguiente.

Por la mañana desperté con una sonrisa, era el cumpleaños de mi dulce flor, mi frágil y dulce flor, no iba a tener un cumpleaños tan bonito como el de Iván, pero estar disfrutando de Taiwán seguro que sería emocionante. 
Mientras Ainho terminaba de hacer las maletas Iván tuvo que recorrer media ciudad para poder cambiar dinero. Un tren y unas horas fueron necesarios para llegar a Kaohsiung. Preguntamos en información para variar, sobre los hoteles y formas de llegar al parque nacional de Kenting. Con un hotel increíble a un precio razonable, decidimos ir a andar por la cuidad mapa en mano, no sin antes hacer una parada para comer.




Vimos un montón de cosas increíbles, pero lo que más nos fascinó fue una exposición de arte por medio del puerto de la ciudad. También disfrutamos viendo la torre del dragón y del tigre, unas pagadas y diferentes templos en el agua.










             Por la noche, cena en el típico mercado de noche para probar nuevas delicias. Una pena ya que esperábamos tener algo más especial por el cumpleaños de Ainho, pero decidimos que el día especial sería el día siguiente.




En el hotel Ainho soplo las velas del pastelito de chocolate, 25 años de ternura, amabilidad.. regalando sonrisas por el mundo.


Tras un desayuno elegido el día anterior, alquilamos una moto de 250cc, para ir de visita al parque nacional de Kenting. Dos horas circulando por unas carreteras infectadas de coches y motos fueron necesarias para llegar al centro de información y turismo. Recorrimos la costa a meced del viento, disfrutando de las increíbles vistas, andando por acantilados, rodando por las interminables curvas y saboreando el largo paseo por el faro que hay en la puntita sur de Taiwán. Comimos unos rollitos de arroz con atún y unos pastelitos de carne.








Ya de vuelta en Kaohsiung , fuimos a visitar el monasterio Fo Guang Shan que nos fascinó repleto de estatuas de buda, con mucha paz y armonía.





Después, decidimos ir a una isla de pescadores, a la que accedimos por un túnel. Este día si pudimos celebrar por fin el cumpleaños de Ainho, entramos en una marisquería, en la que cenamos: almejas a la brasa, pescadito a la brasa, calamares y un par de cervecitas ricas. Este día pudimos disfrutar de un día especial.






 Ya de vuelta queríamos ir a la noria con vistas sobre toda la ciudad, pero nos fue imposible llegar, ya que estaba encima de un centro comercial y era ya muy tarde.


         Nos levantamos con buen sabor de boca y pusimos rumba a Taitung, en información no hablaban inglés así que decidimos hablar con la propietaria de una agencia de viajes, la cual nos aconsejó que fuéramos a ver la isla verde, la cual teníamos intención de ver, con lo que a todo correr negociamos y en menos de lo que canta un gallo, nos recogió en la estación un coche, nos llevó directamente al puerto donde cogimos un barco. El trayecto fue de lo más movidito, ya que el mar estaba enfurecido y el barco era muy pequeño…
A las dos de la tarde más o menos, desembarcamos en isla verde, allí nos esperaba una furgoneta destartalada con más grasa en el maletero que en el motor y seis personas para cinco asientos. Pero Iván fue en moto pues habíamos reservado una, así el trayecto del barco al hotel se lo ahorraron dándonos una moto, una moto también destartalada. Tardamos alrededor de 5 minutos en llegar a nuestro hotel o como quiera que se llamara eso, ya que discrepaba bastante la realidad de lo contado unas horas antes.


 Con más pena que gloria nos instalamos en nuestra nueva habitación con aire acondicionado y un potente olor a humedad. El resto del día lo dedicamos a comer un poquito por el pueblo y a visitar las atracciones turísticas de la zona, que por lo que descubrimos con una población de 1000 habitantes tenían 3 cárceles y bien grandes…unas cuevas sin mucho que ofrecer y el atardecer lo vimos en el faro.







Como el día fue agotador, no había internet y mucho menos un adaptador de corriente para nuestro portátil, nos dejamos caer en nuestras duras camas esperando la hora de cenar. Iván en un periquete había sacado los cables de la pared y con la navaja y un poco de esparadrapo, consiguió enchufar la alargadera.


Dedicamos un par de horas a ver una película y a poner en orden nuestras ideas, ya que teníamos que digerir todo lo ocurrido. Para cenar nos preparamos unos noodles picantes y a dormir.

            Por la mañana nos despertamos con mejor ánimo que con el que nos acostamos. Un desayuno mediocre y a por nuestra mañana de snorkel, que por cierto resultó ser en una playa-pecera en la cual los guías-timadores habían montado ahí un negocio fructífero en el cual, te ponían un neopreno de color verde (no por su color original sino por los microorganismos que allí vivían) 4 tallas más grande al que te correspondería ponerte, unas gafas con calcificaciones en su interior, un tubo y un chaleco salvavidas… no unas aletas no, ¡un chaleco salvavidas!!! Pero no contentos o con miedo a que nos ahogáramos, el guía-timador nos dió un flotador a cada uno todos ellos atados con una cuerda y a la cabeza el muchacho. Decidimos nosotros dos ir por libre, cuando lo comunicamos el tipo nos dió una bolsa de pan de molde como reclamos a los bichitos, ahora bien, el espectáculo animal que vimos a escaso metro y medio de profundidad fue increíble, más de 100 especies diferentes de peces, de todos los colores y tamaños. La verdad es que lo pasamos genial, aunque el arrecife estaba muy muerto.












Tras devolver el “equipo” a su legítimo, nos fuimos a comer. La isla no contaba con gran variedad de comida, pero el sushi que nos comimos estaba de rechupete.


Por la tarde y con un día precioso nos dedicamos a dar la vuelta a la isla, para lo cual solo necesitamos una hora. Visto lo visto, nos paramos en la segunda vuelta en todo lo que nos llamaba la atención, incluso Ainho se atrevió a coger unos kilómetros la moto, por cierto era su primera vez, pero lo hizo genial. A lo largo de la isla pudimos ver muchas instalaciones rotas, trozos de carril cortados, parecía que por allí había pasado un ciclón y como más tarde pudimos corroborar en la única oficina de turismo que seguía en pie y así fue solo diez días antes.
Cenamos un poco de arroz y pescado, con un par de cervezas ya que al día siguiente regresábamos a Taitung.




           A eso de las 10 devolvimos la moto en el puerto y nos aventuramos en el cayuco desandando nuestros pasos por el mar que parecía que el mismo Zeus custodiaba. En la estación Iván se plantó en la agencia de viajes exigiendo un reembolso de parte de nuestro dinero, ya que de lo que nos habían ofertado solo el aire acondicionado era cierto… La mujer con la que hablamos dos días antes no estaba y en su lugar estaba su marido que no hablaba absolutamente nada de inglés… el caso es que tres llamadas a su mujer, una hora sentados en las sillas de la oficina diciendo a todos lo clientes el mal servicio que nos habían ofrecido y un par de amenazas de llamar a la policía nos devolvieron el 20%, así que más contentos que unas castañuelas, cogimos el tren con destino Hualien.

La parada de rigor en información turística para documentarnos de la ciudad a visitar y a unos cientos de metros ya disponíamos de hotel, por cierto una vez más la habitación fue mediocre, pero el hotel no tenia ámbitos nocturnos… Media hora y una docena de locales de alquiler, teníamos una moto a nuestra disposición por un puñado de dólares, rumbo a un par de atracciones no muy relevantes y de cabeza al mercado de noche, el cual añorábamos. Decidimos cenar un chuletón con noodles, huevo y salsa de setas por un precio más que económico. Nada más necesitamos para terminar el día salvo un rico batido de frutas que adquirimos en un puestecito de camino al vehículo.


            Desayunamos en un seven-eleven, en un par de horas nos plantamos en el Taroko Nacional Park, un parque inmenso, con unas carreteras llenas de curvas a la vera de la profunda garganta del río que cruza el parque nacional. La primera parada la hicimos para ver un templo en mitad de la montaña, antes de adentrarnos por una gruta a dicho templo advertía un cartel que en ese túnel habían muerto muchísimos hombres y la verdad es que al andar por ese túnel hecho con vidas humanas, nos dimos cuenta que también lo podían haber colocado en otro lugar, vamos digo yo. El templo la verdad sea dicha era muy bonito, con un arrollo que cruzaba por debajo y justo a sus pies un salto de agua de más de 100 metros creando un arcoíris. Desandamos nuestros pasos y al salir en las puertas de la gruta nos encontramos con tres amables yogas practicando.
Recorrimos la enrevesada carretera disfrutando de las vista parándonos a contemplar viejos puentes colgantes y fotografiar más templos perdidos en medio de la montaña y a sus despreocupados monjes. La vuelta fue rápida con tan solo una parada para comer ya a media tarde.






            Por la mañana mochila a la espalda, tren destino Taipéi y con ganas de ver lo que nos podía ofrecer la capital. El segundo encuentro no fue mucho mejor que el primero, ya que para dormir Iván anduvo más de dos horas y solo encontró hoteles carísimos, pero una vez más información turística nos resolvió el dilema y nos dió las direcciones de unos cuantos hoteles batatos y decentes. El resultado fue una planta8 de un edificio antiquísimo con vistas a los aparatos de climatización. Dejamos las mochilas y nos dedicamos a pasear por los alrededores, sus mercados, sus cines y un largo etcétera de lugares de derroche. Cenamos en unos puestecitos ilegales llenos de aroma y sabor, pero en el momento que aparecía la policía salían corriendo con sus carritos esquivando a personas a la velocidad del rayo.

            El despertador sonó temprano, para este día decidimos coger un bono diario de transporte público, con lo que no teníamos mucho tiempo para perezas mañaneras. Un chocolate y unas pancakes nos alimentaron. La primera parada fue un templo budista llenito de peregrinos con sus inciensos y sus suplicas.

            A lo largo del día paramos en todas las atracciones turísticas visitando algún templo más, un par de casas memoriales, los jardines botánicos y el centro comercial de la torre 101 (la torre más alta de asia). Hicimos una parada obligatoria en el centro comercial por excelencia de la electrónica donde Iván no pudo resistirse ante los objetivos canon y tras comparar precios en varias tiendas, adquirió uno por un precio muy bueno, por algo Iván quería hacer escala en este país jajaja.









            Después del día tan agotador de un lado para otro, terminamos en un mercado de noche, en el famoso Shilin Night Market. Nos quedamos fascinados de la cantidad de puestos de comida y de ropa que había. Esta vez probamos diferentes tipos de comida y nos quedamos fascinados de lo delicioso que estaba todo. Echaremos de menos estos mercados nocturnos.

            Ya sólo nos quedaban un par de días en la capital de Taiwán para poner rumbo a casa ¡qué ganas de veros a todos! Estos días los aprovechamos para descansar un poco, dar paseos por el barrio donde nos alojábamos, ver, ver y ver tiendas repletas de gente comprando y ¡como no! comiendo comida sabrosa…

            El último día nos levantamos a eso de las 9 para ir a desayunar un chocolate calentito con pancakes y coger fuerzas porque nos esperaban bastantes horas de vuelo. Vuelta al hostel para cerrar las mochilas, echar un vistazo para no dejarnos nada y poner rumbo al aeropuerto. Una vez allí, esperamos a que llegara la hora de facturar mientras nos comíamos unas hamburguesas y echábamos una timba en la mesa del Burger King para matar el tiempo. Llegada la hora, facturamos las mochilas y nos dirigimos hacia la puerta de embarque. Nos esperaban unas cuantas horas de vuelo pero poco a poco nos acercábamos más a casa ¡qué emoción!

El vuelo fue de lo más tranquilo entre leyendo y dando alguna que otra cabezadita. Hicimos una pequeña escala en Bankgok, para coger otro avión con destino a Amsterdam. Llegamos temprano y por fin pisamos suelo europeo, qué recuerdos cuando por fin aterrizamos y ahí realmente nos empezamos a dar cuenta que esta etapa de nuestra vida había terminado, pero que tenía un final feliz pues regresábamos a casa y la familia nos estaría esperando con los brazos bien abiertos en el aeropuerto de Bilbao.






            Al llegar a Amsterdam todavía nos faltaban unas cuántas horas de espera para coger por fin nuestro último vuelo. Mientras Ainhoa custodiaba las mochilas, Iván fue a comprar algo para comer y al final se decantó por un par de sandwichs para cada uno y una cervecita holandesa. Las últimas horas de espera en el aeropuerto la verdad es que fueron eternas, diríamos que algo más que eternas pues lo que realmente queríamos era llegar a nuestro destino y poder abrazar a nuestros seres queridos. No tuvimos retraso en la hora del vuelo, fue de los más normal, con lo que la hora prevista de llegada era la acordada. Avisamos a la familia que todo iba según lo previsto y que para las 19.30h aterrizaríamos en Bilbao. Estábamos un poco con la mosca detrás de la oreja puesto que no teníamos noticias de nuestras familias e incluso llegamos a pensar que se habían olvidado de nosotros pero... ¡nos equivocamos! ellos estaban llegando...




Una vez aterrizamos, todo nerviosos recogimos nuestras maletas, salimos corriendo por la puerta y cuál fue nuestra sorpresa al salir... no podíamos creer lo que veían nuestros ojos ¡qué felicidad! Simplemente por este reencuentro ha merecido la pena volver a casa. No salíamos del asombro y nos recibieron con los brazos bien abiertos rodeados de pancartas de bienvenida. 



Los primeros minutos estuvieron cargados de mucha emoción entre abrazos, besos y lágrimas de felicidad. ¡Os hemos echado muchísimos de menos! ¡Gracias por esa bienvenida, no podía haber sido mejor! ¡Sois MUY GRANDES!
Fuimos todos juntos en un microbús hasta llegar al pueblo de Iván donde todos juntos cenamos entre risas y recordamos viejos tiempos. 


















Después, cada uno a su casa donde dormimos en una buena cama después de los últimos días dormidos
en los mármoles de Taiwán jajaja. Esa noche repusimos fuerzas pues al día siguiente nos esperaba una cena con todos nuestros amigos ¡gracias por esa noche!


En el tiempo que hemos pasado en España nos hemos empapado de nuestros seres más queridos, amigos, comidas, cenas, alcohol, fiestaaa, pincho-pote, comida y más comidaaa... que tanto hemos añorado, para reponer las pilas y poner de nuevo rumbo a una nueva experiencia en nuestras vidas pues nos han concedido el visado de estudiante para Australia y ¡allá vamos! en principio es para 8 meses.. así que escribiremos pronto. Muchas gracias por seguirnos todo este tiempo. Os queremos.